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El sur tenía que existir, el hambre obligaba. El sacrificio fue podar mis manglares, rellenar ciénagas para acomodar a los de abajo, recién estrenados cangrejeros procedentes del resto de la Isla. Un fenómeno arrabalero, desde Hoare al Fanguito se extendió mi apretada hospitalidad a 100,000 pobres. En mí se dio el primer desparramamiento urbano: en 1950 éramos 195,000 sin contar las misas sueltas. En 1930 éramos casi 82,000 y volvemos a esa cifra en 2010. Me llenaron por necesidad, me vaciaron por mejores oportunidades. La historia no es cíclica. Cínica, a veces; ingrata, casi siempre.

EL SACRIFICIO

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